miércoles, 1 de julio de 2009

Dejemos el duelo

Me cuentan que un ex articulista y actual ministro habría dicho en una conversación de amigos que el problema del Ecuador ahora es que luego de haber enterrado a la partidocracia no podemos salir del duelo. Palabras más, palabras menos la idea está ahí y revela metafóricamente lo que impide avanzar a los propios actores de la Revolución Ciudadana, a sus opositores y a sus detractores o críticos.
En términos sicológicos vulgares salir del duelo implica aceptar la ruptura, dejar atrás el dolor de algo, superar la situación y afrontar la nueva realidad. Claro porque el duelo es el dolor, es el trauma ocasionado por algo fuerte y contundente. Si ya tenemos una nueva Constitución, afrontamos la creación de una nueva institucionalidad y vemos que hacia delante tenemos muchas cosas todavía por hacer, lo más saludable (política y sicológicamente) es no insistir en los ‘muertos’ que quedaron atrás sino en los nuevos retos y en la potente memoria que vamos a construir desde este presente.
Sin embargo, entiendo que esto ocurra: ciertas fuerzas políticas y sociales se resisten al cambio. Incluso puede ocurrir que se produzcan fenómenos de retroceso (como eso de imponer sobre el nombre de Simón Bolívar el de un ex mandatario de triste recordación para muchos). También ocurre que algunos personajes que sospechábamos progresistas, de ideas de avanzada, ahora se junten o actúen como verdaderos paladines de un liberalismo rancio, en defensa de una modernidad que ya no cuenta. Nos sorprendemos con supuestos socialdemócratas que creen que la política es un asunto de leyes y formalidades fatuas, que no tienen la autoridad moral para dar clases de política cuando en sus organizaciones no fueron capaces de movilizar ni a sus secretarias.
También quiero entender que no enterrar definitivamente (eso es el duelo) a la partidocracia para otros significa sostener un discurso de rechazo a esa forma de actuar políticamente para no proponer otro renovado, la acción ciudadana que requerimos como forma de ser de acuerdo con los nuevos tiempos. Sospecho que algunos, entre ellos defensores a capa y espada de la revolución ciudadana, no imaginan un nuevo relato político tras la muerte de la partidocracia y menos proponen otros actos simbólicos que le den sustento a lo que culturalmente y políticamente llamamos el Buen Vivir.
Entonces también entiendo que los tiempos de la política son mucho más lentos y fermentados que los de la inmediatez que reclaman los medios y algunos incisivos detractores de cambios urgentes. Mucho más cuando el Ecuador es un universo con muchos agujeros negros por donde explotan y saltan de rato en rato los conflictos menos esperados, aunque tengamos una Constitución garantista y la legalidad invoque construir una institucionalidad sólida. Por tanto, me cuesta entender que no miremos hacia adelante para dar saltos de calidad y siempre arrastremos, como una carga pesada, ese pasado inmediato y frenar todo desarrollo complejo, difícil.
¿Nos hacen falta pedagogías y metodologías para desembarazarnos de lo oprobioso y hasta pestilente que es hablar de la partidocracia como la única razón de nuestro cambio?

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