lunes, 6 de julio de 2009

Jorge Enrique, el sabio

Aún conservo dos hojas de papel de su ‘puño y letra’. Le pedí una entrevista y me dijo que los periodistas todo lo tergiversan y por tanto me entregaría por escrito, “exactamente en el tamaño que salga en el periódico”. Aunque ya no hubo grabadora de por medio, al ir a retirar esas dos hojas hablamos del tema de la entrevista y fue intenso el diálogo, a ratos peleadito, porque yo no aceptaba su respaldo a quien en meses después sería presidente y él decía: ¿Por qué no? Si nos volviéramos a ver estaríamos en las posiciones contrarias y podríamos hablar con la misma intensidad, salvo porque en esa ‘discusión’ yo aprendí mucho: su sabiduría estaba plagada de memoria y reflexión, dos cosas que pocos ejercitan en estos tiempos de supuesta intensidad política.
Han pasado exactamente 11 años de aquella entrevista y de ese diálogo inolvidable para mí. La entrevista fue por su libro Ecuador: señas particulares. Meses después volvimos a tener un intercambio de palabras, un tanto amargas, pues como era Jorge Enrique Adoum, no aceptaba fácilmente una crítica y la tuve que hacer por un texto, que hasta ahora afirmo que él no lo revisó y salió mal a la imprenta. Luego hablamos solo por teléfono unas dos ocasiones y en una de ellas me dijo: “Querido Orlando te va a tocar vivir lo complejo de hacer una revolución”. Y añadió con un hondo respiro, como si soltara una bocanada de humo de cigarrillo: “Al final de mi vida por fin veo la luz en este horizonte que a ti y a otros les tocará entender”. Ocurrió hace dos años cuando le solicité ir a mi programa de radio, pero no quiso. Le molestaba movilizarse. Me aclaró que de política ya no quería hablar. ¿Y de poesía? “Que lean a los autores de los cuales aprendí”. Con ello dio otra lección que difícil uno olvida.
Podríamos no coincidir en muchas cosas, pero era innegable su sabiduría, sensibilidad, lucidez para abordar los temas del ser humano. Innegable también fue su mordaz ironía y contundencia para calificar a sus contradictores y críticos, lo mismo por la pobreza de los argumentos y las poses de los supuestos intelectuales. Muchos jóvenes se le acercaban para pedirle consejo, regalarle un ejemplar de sus poemas o simplemente para firmar uno de sus numerosos libros. Esa tarde de la entrevista me contaba: “Mira: vienen por aquí, me ven y se van. Yo me pregunto si algo se llevan de mi esos jóvenes que ahora aman la poesía, pero luego pueden hacerse empresarios o burócratas”. Dejó correr un silencio seco y acotó “Ahí no sé para qué sirve lo que escribo”. Y como lo dijo en varios textos y entrevistas: “La poesía no sirve para nada, solo para vivir”. Así era, así está en nuestra memoria: exacto, mordaz, cauto y pausado para expresar lo mejor posible, tal como es su poesía y su narrativa poética.
Aunque recurra a un lugar común: Jorge Enrique Adoum fue un actor activo del pensamiento del siglo XX, en toda su intensidad. Y en ese pensamiento se expresó su ‘izquierdismo’ que para algunos resultaba añejo. El tiempo le dio la razón: vivimos una época que él también contribuyó a gestarla, al sostener la utopía como un señuelo de ternura y paz.

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