La fiesta, por encima de sus convocatorias históricas e institucionales, tiene un componente cultural insospechado: recuerda, conmemora y también proyecta. O sea: las fiestas de aniversario por lo general apuntan hacia el futuro antes que al pasado. Claro, porque con los pies en la memoria y en la celebración fijan el presente como un hecho histórico del próximo futuro.
Y parece que en la municipalidad guayaquileña eso no se entiende o, quisiera creer, no se ha puesto a pensar en lo significativo que es celebrar de un modo o de otro. Olvida por ejemplo que lo guayaquileño se sigue transformando, no es una identidad estática ni devenida desde el pasado lejano. Al contrario: ese guayaquileñismo del que le oigo hablar al acalde (como él se autoasume como referencialidad de la identidad cultural de su ciudad) no corresponde a una visión histórica integral y mucho menos a una proyección futura de lo que esa ciudad es y se va haciendo. Él habla desde las élites y refiere a los demás como un solo cuerpo social sin ninguna contradicción, bajo una sola bandera y dentro de un mismo marco ideológico.
Cuando esas élites guayaquileñas celebran las fiestas julianas están imponiendo un modo de ver la historia y otro de construir el futuro. ¿No es eso acaso una forma de totalitarismo que se filtra por esos discursos unificadores, autonomistas, anticentralistas? Y tienen todo el derecho de querer imponer su visión y hasta su exclusión cultural, pero no deben desconocer que la construcción de la ciudad, como de los espacios públicos, requiere de participación y presencia de todos y todas. ¿No está dejando a un lado, en la construcción del guayaquileñismo (si existiere como categoría) a ese enorme componente indígena que hace la ciudad presente? ¿No es relegada de esa construcción la comunidad asiática con ya una larga presencia en el comercio y en la vida cotidiana (otra forma de entender la cultura)?
Uno revisa el programa de fiestas municipales y advierte de inmediato que ganar una elección no va más allá de una aspiración de poder y no una concepción cultural, histórica, social y hasta económica del presente que les toca administrar y potenciar en todas sus dimensiones, que debe manifestarse en coyunturas como las de estas fiestas. Y esa aspiración (legítima) de poder no se concreta más que en la reproducción (sospecho que insensata) de lo que ni siquiera ya corresponde a una identidad local, sino a una copia de una metrópoli con la cual no nos enlazan ninguna identidad cultural, por más que lo disfracen de azul y blanco, por más que se coloquen ciertos héroes locales, que más huele a mascarada.
No estaría mal escuchar de las autoridades locales, municipales y gubernamentales, en estas fiestas, cómo imaginan la ciudad del futuro inmediato y de cómo quieren heredar a las próximas generaciones una impronta identitaria desde este presente complejo. Sería bueno invitarnos a pensar en la gestación de unos imaginarios potentes para invitarnos a ser habitantes de una urbe que se ‘regenera’ en todos sus espacios y vivencias, en las relaciones sociales y en las construcciones culturales incesantes.
martes, 21 de julio de 2009
jueves, 16 de julio de 2009
Chávez hasta en la sopa
Hay ciertas fijaciones que revelan complejos, traumas o simplemente posturas políticas que se entienden pero no se justifican. Por ejemplo: hay una persistente fijación de algunos analistas, entrevistadores y sujetos políticos en la figura de Hugo Chávez Frías. No hay entrevista, comentario y supuesto análisis que no lo mencione como el gestor de la Revolución Ciudadana ecuatoriana. Y todo eso, así categóricamente, no solo que es una mentira enorme sino que nos subestima, nos insulta como ciudadanos y actores sociales, en general.
Por mencionar algo: la propuesta de la Asamblea Constituyente nació, en este, nuestro país, en 1990, con el levantamiento indígena y ha sido bandera de todos los movimientos sociales en estos casi 20 años. Fue también la propuesta tras las caídas de los tres presidentes defenestrados. Y cada uno de los postulados que trae la nueva Constitución han sido demandas de los actores sociales en los últimos 30 años, pocos de los cuales fueron recogidos en la del 98, por eso su ineficiencia e intrascendencia política.
En el campo de la prensa, hay medios que entrevistan a los opositores a Chávez para llenarse de razones en su oposición a Rafael Correa, igualito que hacen los ‘cuadros’ de Sociedad Patriótica al ir a Colombia para hablar con los abogados y coidearios de Álvaro Uribe. Y más: creen que la libertad de expresión está en riesgo porque se copia lo que ha hecho Chávez. Solo quedaría por comparar las legislaciones de los dos países para mirar cuánto ‘influye’ en cada país lo que hace el otro.
¿Y quién dice algo cuando prominentes organizaciones y personalidades traen a los ‘capos’ del neoliberalismo a salones y conferencias para ‘aconsejarnos’ lo que hay que hacer aquí? Viene Álvaro Vargas Llosa y entusiasma a unos cuantos, recogen sus postulados y se convierten en tesis de editoriales y entrevistas. ¿Y?
Lo digo abiertamente: no me cuadra del todo Hugo Chávez, creo que tiene unas limitaciones políticas e intelectuales enormes, que no convocan a un reconocimiento político reflexivo. No dudo que su capacidad política le tiene donde está, pero eso es una responsabilidad de los venezolanos y sólo a ellos les corresponde explicarse y entenderse. Sin embargo, ¿Chávez no es producto de una clase política demócrata cristiana y socialdemócrata corrupta, incapaz, mediocre, abusiva? ¿No es esa clase la que ahora ‘lucha’ por las libertades de los venezolanos?
En Ecuador hay suficiente capacidad y creatividad política como para no someter nuestros cerebros a una copia de un proyecto a la ‘venezolana’. Pruebas al canto: una Constitución hecha con la gente de acá, con millón problemas, pero a nuestra medida y sin asesoramiento alguno (aunque digan que hubo españoles, solo falta preguntarles a ellos qué pusieron, qué quitaron, cuánto aportaron y dónde está su huella). En este país hay un movimiento social que jalonó todo el proceso, una diversidad cultural y étnica que se expresa y unos medios de comunicación que no se doblegarán ni frente a la empresa privada, ni a ningún gobierno, pero que no necesariamente son los que dicen abanderar la causa de la libertad de expresión y menos la de prensa.
Por mencionar algo: la propuesta de la Asamblea Constituyente nació, en este, nuestro país, en 1990, con el levantamiento indígena y ha sido bandera de todos los movimientos sociales en estos casi 20 años. Fue también la propuesta tras las caídas de los tres presidentes defenestrados. Y cada uno de los postulados que trae la nueva Constitución han sido demandas de los actores sociales en los últimos 30 años, pocos de los cuales fueron recogidos en la del 98, por eso su ineficiencia e intrascendencia política.
En el campo de la prensa, hay medios que entrevistan a los opositores a Chávez para llenarse de razones en su oposición a Rafael Correa, igualito que hacen los ‘cuadros’ de Sociedad Patriótica al ir a Colombia para hablar con los abogados y coidearios de Álvaro Uribe. Y más: creen que la libertad de expresión está en riesgo porque se copia lo que ha hecho Chávez. Solo quedaría por comparar las legislaciones de los dos países para mirar cuánto ‘influye’ en cada país lo que hace el otro.
¿Y quién dice algo cuando prominentes organizaciones y personalidades traen a los ‘capos’ del neoliberalismo a salones y conferencias para ‘aconsejarnos’ lo que hay que hacer aquí? Viene Álvaro Vargas Llosa y entusiasma a unos cuantos, recogen sus postulados y se convierten en tesis de editoriales y entrevistas. ¿Y?
Lo digo abiertamente: no me cuadra del todo Hugo Chávez, creo que tiene unas limitaciones políticas e intelectuales enormes, que no convocan a un reconocimiento político reflexivo. No dudo que su capacidad política le tiene donde está, pero eso es una responsabilidad de los venezolanos y sólo a ellos les corresponde explicarse y entenderse. Sin embargo, ¿Chávez no es producto de una clase política demócrata cristiana y socialdemócrata corrupta, incapaz, mediocre, abusiva? ¿No es esa clase la que ahora ‘lucha’ por las libertades de los venezolanos?
En Ecuador hay suficiente capacidad y creatividad política como para no someter nuestros cerebros a una copia de un proyecto a la ‘venezolana’. Pruebas al canto: una Constitución hecha con la gente de acá, con millón problemas, pero a nuestra medida y sin asesoramiento alguno (aunque digan que hubo españoles, solo falta preguntarles a ellos qué pusieron, qué quitaron, cuánto aportaron y dónde está su huella). En este país hay un movimiento social que jalonó todo el proceso, una diversidad cultural y étnica que se expresa y unos medios de comunicación que no se doblegarán ni frente a la empresa privada, ni a ningún gobierno, pero que no necesariamente son los que dicen abanderar la causa de la libertad de expresión y menos la de prensa.
lunes, 13 de julio de 2009
Ya no iremos al infierno
Por muchas manos circula el Decreto N.° 1780 del 12 de junio de 2009, por el cual las misiones católicas de capuchinos en Aguarico, josefinos en Napo, dominicanos en Puyo, salesianos en Méndez, combonianos en Esmeraldas, carmelitas en Sucumbíos y franciscanos en Zamora y Galápagos adquieren unos ‘privilegios’ y unas potestades que de extenderse por todo el país volveríamos a ser lo que muchos añoraron por siglos: el Estado fiscomisional para que nuestro lugar en el reino de los cielos esté asegurado y no temamos más nunca por una paila en el quinto infierno.
Si nos atenemos a los hechos, el 64% de la población votó a favor de una Constitución que propugna un Estado laico (independiente de toda organización o confesión religiosa). Ese mandato impone una forma de concebir la organización social, incluida la educación. Por eso, ¿este decreto ordena “a trabajar con todo afán en pro del desarrollo, evangelización e incorporación a la vida socio-económica del país, de todos los grupos humanos que habitan o habitaren dentro de la jurisdicción territorial encomendada a su cuidado, exaltando los valores de la nacionalidad ecuatoriana"? Abro y cierro los ojos y no cacho qué mismo pasa en el Ecuador del siglo XXI.
De hecho, en las zonas mencionadas hay un enorme componente étnico que no sé por dónde se identificará con “los valores de la nacionalidad ecuatoriana”. Y es de esperar que de aplicarse a pie juntillas, el decreto nos devuelva toda la bondad y respeto que las religiones tuvieron con las comunidades indígenas y negras del continente. Es decir: tendremos en el futuro indios limpios y obedientes, negros pasivos y no gritones, como siempre anhelaron todas las congregaciones y que en 500 años no lo pudieron hacer. ¡Ahora parece más fácil!
Según ese decreto el Estado les apoyará en todo, con plata, apertura de caminos, organizando comunas y cooperativas, apoyo de personas naturales y jurídicas, nacionales o extranjeras, para crear emisoras de radio y televisión, hospitales, hogares para la tercera edad, etc. O sea, ¿una gran cruzada en las provincias y zonas de mayor atraso económico?
Siempre queda la duda que motiva la discusión entre los revolucionarios de todas las naciones: ¿entre los más dilectos amigos del cambio hay o no una inclinación religiosa que a ratos les confunde con los más acérrimos curuchupas de cualquier época? ¿Debemos suponer que ese generoso apoyo a los educadores religiosos es porque los ateos maestros de la UNE son unos irresponsables que no hacen bien su trabajo? ¿Y por tanto buscamos la solución en los puros, castos, honestos y generosos maestros creyentes? No dudo que muchos lo son, pero…
Una educación laica, por principio, profesa y genera valores democráticos. Así lo imaginó Eloy Alfaro y por eso lo mataron. ¡Diablo Alfaro! Y un siglo después, ¿nos hemos dado cuenta que tenían razón aquellos que lo asesinaron? ¿Que no sirvió de nada la Revolución Alfarista y que colegios como el Mejía deben incluir clases de religión para que no sean tan rebeldes y ya por fin sienten cabeza?
Si nos atenemos a los hechos, el 64% de la población votó a favor de una Constitución que propugna un Estado laico (independiente de toda organización o confesión religiosa). Ese mandato impone una forma de concebir la organización social, incluida la educación. Por eso, ¿este decreto ordena “a trabajar con todo afán en pro del desarrollo, evangelización e incorporación a la vida socio-económica del país, de todos los grupos humanos que habitan o habitaren dentro de la jurisdicción territorial encomendada a su cuidado, exaltando los valores de la nacionalidad ecuatoriana"? Abro y cierro los ojos y no cacho qué mismo pasa en el Ecuador del siglo XXI.
De hecho, en las zonas mencionadas hay un enorme componente étnico que no sé por dónde se identificará con “los valores de la nacionalidad ecuatoriana”. Y es de esperar que de aplicarse a pie juntillas, el decreto nos devuelva toda la bondad y respeto que las religiones tuvieron con las comunidades indígenas y negras del continente. Es decir: tendremos en el futuro indios limpios y obedientes, negros pasivos y no gritones, como siempre anhelaron todas las congregaciones y que en 500 años no lo pudieron hacer. ¡Ahora parece más fácil!
Según ese decreto el Estado les apoyará en todo, con plata, apertura de caminos, organizando comunas y cooperativas, apoyo de personas naturales y jurídicas, nacionales o extranjeras, para crear emisoras de radio y televisión, hospitales, hogares para la tercera edad, etc. O sea, ¿una gran cruzada en las provincias y zonas de mayor atraso económico?
Siempre queda la duda que motiva la discusión entre los revolucionarios de todas las naciones: ¿entre los más dilectos amigos del cambio hay o no una inclinación religiosa que a ratos les confunde con los más acérrimos curuchupas de cualquier época? ¿Debemos suponer que ese generoso apoyo a los educadores religiosos es porque los ateos maestros de la UNE son unos irresponsables que no hacen bien su trabajo? ¿Y por tanto buscamos la solución en los puros, castos, honestos y generosos maestros creyentes? No dudo que muchos lo son, pero…
Una educación laica, por principio, profesa y genera valores democráticos. Así lo imaginó Eloy Alfaro y por eso lo mataron. ¡Diablo Alfaro! Y un siglo después, ¿nos hemos dado cuenta que tenían razón aquellos que lo asesinaron? ¿Que no sirvió de nada la Revolución Alfarista y que colegios como el Mejía deben incluir clases de religión para que no sean tan rebeldes y ya por fin sienten cabeza?
Màs en: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnista/archive/opinion/columnistas/2009/07/13/Ya-no-iremos-al-infierno.aspx
miércoles, 8 de julio de 2009
Círculos rosa
El lenguaje machista y homofóbico se usa como herramienta política para desacreditar al rival. ‘Solvencia testicular’ fue creación de LFC para decirle al país que él era bien macho y con ello estaba garantizado su respeto y autoridad frente a los ‘insolventes testiculares’ (homosexuales, cobardes, débiles, flojos, etc.). Con esa frase muchos se regocijaron y hasta hubo un entrevistador que la usó, palabras más palabras menos, para decirle al actual presidente que él sí era bien machito y que Rafael Correa era una ‘hembrita’.
¿Por qué no se dice solvencia vaginal? ¿Qué hay en esas mentes para imaginar que los testículos son la figura y el órgano de lo poderoso? ¿Una patada ahí no prueba que son, materialmente, lo más débil de un hombre ‘bien macho’?
Y cuando se dice ‘círculo rosa’ ¿a dónde apunta el mensaje? Exclusivamente a descalificar, de modo machista, a los partícipes del círculo, como homosexuales. Con eso, políticamente, se habría logrado una estocada. El mensaje es: esos que rodean al Presidente son maricones, homosexuales, gays, lesbianas. Por tanto no están calificados para aconsejarle, ayudarle, asesorarle, etc. Asimismo, por más pruebas que se presenten, la sonrisa que expresan quienes pronuncian esas frases son las del homofóbico por excelencia que aspira con ello sintonizarse con la mayoría de la población que, aparentemente, sostiene valores en contra de la homosexualidad. O sea una mayoría bien machita, machista, solvente testicular.
La forma de ejercer el poder en el Ecuador, durante siglos, ha sido con base en el machismo. Ese poder se ejerce en la cama, en la casa y en la vida pública. Pero al mismo tiempo ese modo de ejercer el poder crea su propia resistencia o rebeldía. Así, quien quiere imponerse descalificando al otro como rosa o insolvente testicular, no solo que exhibe su propia insolvencia para usar un lenguaje que ha ido reconfigurándose porque las prácticas –a pesar de los prejuicios- han dado paso a formas de tolerancia y aceptación de las opciones sexuales de cada uno. Quedan muchos, es cierto, pero son cada día menos los que gozan con esas frases, pues bien puede ocurrir que un hermano, primo, cuñado, hermana, padre, madre o cualquier pariente sea homosexual o lesbiana.
Sorprende que las organizaciones GLBTI ante ese tipo de acciones públicas no reaccionen o por lo menos propongan un debate público sobre lo que implica la descalificación por la opción sexual. Igual cuando les suspenden los permisos para usar los espacios públicos y expresar sus opiniones. De hecho, durante la semana del Orgullo Gay ningún entrevistador ‘bien machito’ invitó a su programa a un gay, lesbiana, bisexual, travesti o intersex de este país. Varios datos indican que entre un 5% y un 10% de la población mundial es homosexual. ¿Entonces? ¿No existen y, por eso, no pueden ser entrevistados?
Es más rápido hacer un contrato con el Estado, aunque sea con ‘cortinas’ panameñas, que cambiar la mentalidad para reconocer y aceptar al otro, al diferente, al que en cualquier momento nos puede amar por ser del mismo sexo, quizá mucho mejor que lo haría el del otro sexo.
Ver más: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnista/archive/opinion/columnistas/2009/07/08/C_ED00_rculos-rosa.aspx
¿Por qué no se dice solvencia vaginal? ¿Qué hay en esas mentes para imaginar que los testículos son la figura y el órgano de lo poderoso? ¿Una patada ahí no prueba que son, materialmente, lo más débil de un hombre ‘bien macho’?
Y cuando se dice ‘círculo rosa’ ¿a dónde apunta el mensaje? Exclusivamente a descalificar, de modo machista, a los partícipes del círculo, como homosexuales. Con eso, políticamente, se habría logrado una estocada. El mensaje es: esos que rodean al Presidente son maricones, homosexuales, gays, lesbianas. Por tanto no están calificados para aconsejarle, ayudarle, asesorarle, etc. Asimismo, por más pruebas que se presenten, la sonrisa que expresan quienes pronuncian esas frases son las del homofóbico por excelencia que aspira con ello sintonizarse con la mayoría de la población que, aparentemente, sostiene valores en contra de la homosexualidad. O sea una mayoría bien machita, machista, solvente testicular.
La forma de ejercer el poder en el Ecuador, durante siglos, ha sido con base en el machismo. Ese poder se ejerce en la cama, en la casa y en la vida pública. Pero al mismo tiempo ese modo de ejercer el poder crea su propia resistencia o rebeldía. Así, quien quiere imponerse descalificando al otro como rosa o insolvente testicular, no solo que exhibe su propia insolvencia para usar un lenguaje que ha ido reconfigurándose porque las prácticas –a pesar de los prejuicios- han dado paso a formas de tolerancia y aceptación de las opciones sexuales de cada uno. Quedan muchos, es cierto, pero son cada día menos los que gozan con esas frases, pues bien puede ocurrir que un hermano, primo, cuñado, hermana, padre, madre o cualquier pariente sea homosexual o lesbiana.
Sorprende que las organizaciones GLBTI ante ese tipo de acciones públicas no reaccionen o por lo menos propongan un debate público sobre lo que implica la descalificación por la opción sexual. Igual cuando les suspenden los permisos para usar los espacios públicos y expresar sus opiniones. De hecho, durante la semana del Orgullo Gay ningún entrevistador ‘bien machito’ invitó a su programa a un gay, lesbiana, bisexual, travesti o intersex de este país. Varios datos indican que entre un 5% y un 10% de la población mundial es homosexual. ¿Entonces? ¿No existen y, por eso, no pueden ser entrevistados?
Es más rápido hacer un contrato con el Estado, aunque sea con ‘cortinas’ panameñas, que cambiar la mentalidad para reconocer y aceptar al otro, al diferente, al que en cualquier momento nos puede amar por ser del mismo sexo, quizá mucho mejor que lo haría el del otro sexo.
Ver más: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnista/archive/opinion/columnistas/2009/07/08/C_ED00_rculos-rosa.aspx
lunes, 6 de julio de 2009
Jorge Enrique, el sabio
Aún conservo dos hojas de papel de su ‘puño y letra’. Le pedí una entrevista y me dijo que los periodistas todo lo tergiversan y por tanto me entregaría por escrito, “exactamente en el tamaño que salga en el periódico”. Aunque ya no hubo grabadora de por medio, al ir a retirar esas dos hojas hablamos del tema de la entrevista y fue intenso el diálogo, a ratos peleadito, porque yo no aceptaba su respaldo a quien en meses después sería presidente y él decía: ¿Por qué no? Si nos volviéramos a ver estaríamos en las posiciones contrarias y podríamos hablar con la misma intensidad, salvo porque en esa ‘discusión’ yo aprendí mucho: su sabiduría estaba plagada de memoria y reflexión, dos cosas que pocos ejercitan en estos tiempos de supuesta intensidad política.
Han pasado exactamente 11 años de aquella entrevista y de ese diálogo inolvidable para mí. La entrevista fue por su libro Ecuador: señas particulares. Meses después volvimos a tener un intercambio de palabras, un tanto amargas, pues como era Jorge Enrique Adoum, no aceptaba fácilmente una crítica y la tuve que hacer por un texto, que hasta ahora afirmo que él no lo revisó y salió mal a la imprenta. Luego hablamos solo por teléfono unas dos ocasiones y en una de ellas me dijo: “Querido Orlando te va a tocar vivir lo complejo de hacer una revolución”. Y añadió con un hondo respiro, como si soltara una bocanada de humo de cigarrillo: “Al final de mi vida por fin veo la luz en este horizonte que a ti y a otros les tocará entender”. Ocurrió hace dos años cuando le solicité ir a mi programa de radio, pero no quiso. Le molestaba movilizarse. Me aclaró que de política ya no quería hablar. ¿Y de poesía? “Que lean a los autores de los cuales aprendí”. Con ello dio otra lección que difícil uno olvida.
Podríamos no coincidir en muchas cosas, pero era innegable su sabiduría, sensibilidad, lucidez para abordar los temas del ser humano. Innegable también fue su mordaz ironía y contundencia para calificar a sus contradictores y críticos, lo mismo por la pobreza de los argumentos y las poses de los supuestos intelectuales. Muchos jóvenes se le acercaban para pedirle consejo, regalarle un ejemplar de sus poemas o simplemente para firmar uno de sus numerosos libros. Esa tarde de la entrevista me contaba: “Mira: vienen por aquí, me ven y se van. Yo me pregunto si algo se llevan de mi esos jóvenes que ahora aman la poesía, pero luego pueden hacerse empresarios o burócratas”. Dejó correr un silencio seco y acotó “Ahí no sé para qué sirve lo que escribo”. Y como lo dijo en varios textos y entrevistas: “La poesía no sirve para nada, solo para vivir”. Así era, así está en nuestra memoria: exacto, mordaz, cauto y pausado para expresar lo mejor posible, tal como es su poesía y su narrativa poética.
Aunque recurra a un lugar común: Jorge Enrique Adoum fue un actor activo del pensamiento del siglo XX, en toda su intensidad. Y en ese pensamiento se expresó su ‘izquierdismo’ que para algunos resultaba añejo. El tiempo le dio la razón: vivimos una época que él también contribuyó a gestarla, al sostener la utopía como un señuelo de ternura y paz.
Han pasado exactamente 11 años de aquella entrevista y de ese diálogo inolvidable para mí. La entrevista fue por su libro Ecuador: señas particulares. Meses después volvimos a tener un intercambio de palabras, un tanto amargas, pues como era Jorge Enrique Adoum, no aceptaba fácilmente una crítica y la tuve que hacer por un texto, que hasta ahora afirmo que él no lo revisó y salió mal a la imprenta. Luego hablamos solo por teléfono unas dos ocasiones y en una de ellas me dijo: “Querido Orlando te va a tocar vivir lo complejo de hacer una revolución”. Y añadió con un hondo respiro, como si soltara una bocanada de humo de cigarrillo: “Al final de mi vida por fin veo la luz en este horizonte que a ti y a otros les tocará entender”. Ocurrió hace dos años cuando le solicité ir a mi programa de radio, pero no quiso. Le molestaba movilizarse. Me aclaró que de política ya no quería hablar. ¿Y de poesía? “Que lean a los autores de los cuales aprendí”. Con ello dio otra lección que difícil uno olvida.
Podríamos no coincidir en muchas cosas, pero era innegable su sabiduría, sensibilidad, lucidez para abordar los temas del ser humano. Innegable también fue su mordaz ironía y contundencia para calificar a sus contradictores y críticos, lo mismo por la pobreza de los argumentos y las poses de los supuestos intelectuales. Muchos jóvenes se le acercaban para pedirle consejo, regalarle un ejemplar de sus poemas o simplemente para firmar uno de sus numerosos libros. Esa tarde de la entrevista me contaba: “Mira: vienen por aquí, me ven y se van. Yo me pregunto si algo se llevan de mi esos jóvenes que ahora aman la poesía, pero luego pueden hacerse empresarios o burócratas”. Dejó correr un silencio seco y acotó “Ahí no sé para qué sirve lo que escribo”. Y como lo dijo en varios textos y entrevistas: “La poesía no sirve para nada, solo para vivir”. Así era, así está en nuestra memoria: exacto, mordaz, cauto y pausado para expresar lo mejor posible, tal como es su poesía y su narrativa poética.
Aunque recurra a un lugar común: Jorge Enrique Adoum fue un actor activo del pensamiento del siglo XX, en toda su intensidad. Y en ese pensamiento se expresó su ‘izquierdismo’ que para algunos resultaba añejo. El tiempo le dio la razón: vivimos una época que él también contribuyó a gestarla, al sostener la utopía como un señuelo de ternura y paz.
miércoles, 1 de julio de 2009
Dejemos el duelo
Me cuentan que un ex articulista y actual ministro habría dicho en una conversación de amigos que el problema del Ecuador ahora es que luego de haber enterrado a la partidocracia no podemos salir del duelo. Palabras más, palabras menos la idea está ahí y revela metafóricamente lo que impide avanzar a los propios actores de la Revolución Ciudadana, a sus opositores y a sus detractores o críticos.
En términos sicológicos vulgares salir del duelo implica aceptar la ruptura, dejar atrás el dolor de algo, superar la situación y afrontar la nueva realidad. Claro porque el duelo es el dolor, es el trauma ocasionado por algo fuerte y contundente. Si ya tenemos una nueva Constitución, afrontamos la creación de una nueva institucionalidad y vemos que hacia delante tenemos muchas cosas todavía por hacer, lo más saludable (política y sicológicamente) es no insistir en los ‘muertos’ que quedaron atrás sino en los nuevos retos y en la potente memoria que vamos a construir desde este presente.
Sin embargo, entiendo que esto ocurra: ciertas fuerzas políticas y sociales se resisten al cambio. Incluso puede ocurrir que se produzcan fenómenos de retroceso (como eso de imponer sobre el nombre de Simón Bolívar el de un ex mandatario de triste recordación para muchos). También ocurre que algunos personajes que sospechábamos progresistas, de ideas de avanzada, ahora se junten o actúen como verdaderos paladines de un liberalismo rancio, en defensa de una modernidad que ya no cuenta. Nos sorprendemos con supuestos socialdemócratas que creen que la política es un asunto de leyes y formalidades fatuas, que no tienen la autoridad moral para dar clases de política cuando en sus organizaciones no fueron capaces de movilizar ni a sus secretarias.
También quiero entender que no enterrar definitivamente (eso es el duelo) a la partidocracia para otros significa sostener un discurso de rechazo a esa forma de actuar políticamente para no proponer otro renovado, la acción ciudadana que requerimos como forma de ser de acuerdo con los nuevos tiempos. Sospecho que algunos, entre ellos defensores a capa y espada de la revolución ciudadana, no imaginan un nuevo relato político tras la muerte de la partidocracia y menos proponen otros actos simbólicos que le den sustento a lo que culturalmente y políticamente llamamos el Buen Vivir.
Entonces también entiendo que los tiempos de la política son mucho más lentos y fermentados que los de la inmediatez que reclaman los medios y algunos incisivos detractores de cambios urgentes. Mucho más cuando el Ecuador es un universo con muchos agujeros negros por donde explotan y saltan de rato en rato los conflictos menos esperados, aunque tengamos una Constitución garantista y la legalidad invoque construir una institucionalidad sólida. Por tanto, me cuesta entender que no miremos hacia adelante para dar saltos de calidad y siempre arrastremos, como una carga pesada, ese pasado inmediato y frenar todo desarrollo complejo, difícil.
¿Nos hacen falta pedagogías y metodologías para desembarazarnos de lo oprobioso y hasta pestilente que es hablar de la partidocracia como la única razón de nuestro cambio?
En términos sicológicos vulgares salir del duelo implica aceptar la ruptura, dejar atrás el dolor de algo, superar la situación y afrontar la nueva realidad. Claro porque el duelo es el dolor, es el trauma ocasionado por algo fuerte y contundente. Si ya tenemos una nueva Constitución, afrontamos la creación de una nueva institucionalidad y vemos que hacia delante tenemos muchas cosas todavía por hacer, lo más saludable (política y sicológicamente) es no insistir en los ‘muertos’ que quedaron atrás sino en los nuevos retos y en la potente memoria que vamos a construir desde este presente.
Sin embargo, entiendo que esto ocurra: ciertas fuerzas políticas y sociales se resisten al cambio. Incluso puede ocurrir que se produzcan fenómenos de retroceso (como eso de imponer sobre el nombre de Simón Bolívar el de un ex mandatario de triste recordación para muchos). También ocurre que algunos personajes que sospechábamos progresistas, de ideas de avanzada, ahora se junten o actúen como verdaderos paladines de un liberalismo rancio, en defensa de una modernidad que ya no cuenta. Nos sorprendemos con supuestos socialdemócratas que creen que la política es un asunto de leyes y formalidades fatuas, que no tienen la autoridad moral para dar clases de política cuando en sus organizaciones no fueron capaces de movilizar ni a sus secretarias.
También quiero entender que no enterrar definitivamente (eso es el duelo) a la partidocracia para otros significa sostener un discurso de rechazo a esa forma de actuar políticamente para no proponer otro renovado, la acción ciudadana que requerimos como forma de ser de acuerdo con los nuevos tiempos. Sospecho que algunos, entre ellos defensores a capa y espada de la revolución ciudadana, no imaginan un nuevo relato político tras la muerte de la partidocracia y menos proponen otros actos simbólicos que le den sustento a lo que culturalmente y políticamente llamamos el Buen Vivir.
Entonces también entiendo que los tiempos de la política son mucho más lentos y fermentados que los de la inmediatez que reclaman los medios y algunos incisivos detractores de cambios urgentes. Mucho más cuando el Ecuador es un universo con muchos agujeros negros por donde explotan y saltan de rato en rato los conflictos menos esperados, aunque tengamos una Constitución garantista y la legalidad invoque construir una institucionalidad sólida. Por tanto, me cuesta entender que no miremos hacia adelante para dar saltos de calidad y siempre arrastremos, como una carga pesada, ese pasado inmediato y frenar todo desarrollo complejo, difícil.
¿Nos hacen falta pedagogías y metodologías para desembarazarnos de lo oprobioso y hasta pestilente que es hablar de la partidocracia como la única razón de nuestro cambio?
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martes, 30 de junio de 2009
Fingidos y afectados
El escritor peruano Fernando Iwasaki, en un excelente ensayo histórico (re Publicanos, cuando dejamos de Ser Realistas) dice que la sociedad hispánica es “tan propensa al fingimiento y la afectación”. Lo dice tras analizar cómo la herencia española marcó el devenir de sus colonias en América.
Y sí: somos tan propensos a esos dos estados y los revelamos cuando hay crisis, más en estos tiempos de crisis de pensamiento, representatividad y de cambio de época. Para los analistas mediáticos el deber ser lo es todo, nos quieren imponer su moralidad como si fuese la única y hasta creen que con eso su entrada al cielo está garantizada aunque en la tierra se conviva de otros modos porque son otros los tiempos. Están afectados, dolidos, resentidos, pero sobre todo fingen y ahí es cuando más revelan sus complejos y carencias. Sobre todo fingen: ser cultos, probos, leídos y escribidos, responsables e impolutos. Y para mal de males: son poco leídos, copian, citan como si habrían leído toda la obra y solo buscan la frase que les calce en su odio, irresponsables con sus audiencias porque no investigan, piensan poco e imaginan mucho.
El diario Expreso, por excepción en la rutina periodística del Ecuador, hace un buen trabajo y revela los negocios del hermano del presidente y los editores de la competencia lo siguen, sin citarlo, sin emular su trabajo, copiando muchas declaraciones de la televisión y a eso le llaman periodismo y libertad de prensa. Ahora se regocijan por el trabajo ajeno y no son capaces de imitar aunque sea por fingimiento. Esa ‘competencia’ grita al unísono el ‘primer triunfo’ frente a la Revolución Ciudadana y andan chinchosos, pero se dejan ver las costuras en la primera de marras. No han entendido, como dice José Antonio Marina que “cuando aumenta la inteligencia y la complejidad social, aumenta la complejidad de las relaciones de poder”.
Claro, apenas el presidente reconoce el error de su hermano, anticipa que si en su gobierno hubo complicidad habrá sanciones, inmediatamente imponen su moralina y sugieren que ahora sí han descubierto el verdadero rostro de este proceso. ¿Hasta cuándo esperamos los lectores ecuatorianos el reportaje que revele eso que ellos dicen y no prueban? ¿Qué entienden por periodismo responsable los editorialistas, los del mismo diario que hizo la investigación, cuando fingen y se afectan porque no tienen otras pruebas para atacar? ¿Seguirán copiando el trabajo responsable de otros sin modificar el suyo o por lo menos aprenderán que hay otras formas de hacer periodismo que no estén cargadas de adjetivos, especulaciones y rumores?
Ese fingimiento y afectación del que habla Iwasaki solo desnuda esa herencia española para mostrarnos que para analizar lo que ocurre en estos tiempos hay que tomar en cuenta lo que ocurrió en los últimos 30 años. Rafael Correa, con todas sus fortalezas éticas, mostró que la ambición de un pariente no puede acabar con la lucha de gente que se ha jugado por un cambio revolucionario y no solo por imponer un slogan. Y eso es una muestra de compromiso ético, que debe ser la norma de este proceso, un precedente único y referencial por siempre.
Y sí: somos tan propensos a esos dos estados y los revelamos cuando hay crisis, más en estos tiempos de crisis de pensamiento, representatividad y de cambio de época. Para los analistas mediáticos el deber ser lo es todo, nos quieren imponer su moralidad como si fuese la única y hasta creen que con eso su entrada al cielo está garantizada aunque en la tierra se conviva de otros modos porque son otros los tiempos. Están afectados, dolidos, resentidos, pero sobre todo fingen y ahí es cuando más revelan sus complejos y carencias. Sobre todo fingen: ser cultos, probos, leídos y escribidos, responsables e impolutos. Y para mal de males: son poco leídos, copian, citan como si habrían leído toda la obra y solo buscan la frase que les calce en su odio, irresponsables con sus audiencias porque no investigan, piensan poco e imaginan mucho.
El diario Expreso, por excepción en la rutina periodística del Ecuador, hace un buen trabajo y revela los negocios del hermano del presidente y los editores de la competencia lo siguen, sin citarlo, sin emular su trabajo, copiando muchas declaraciones de la televisión y a eso le llaman periodismo y libertad de prensa. Ahora se regocijan por el trabajo ajeno y no son capaces de imitar aunque sea por fingimiento. Esa ‘competencia’ grita al unísono el ‘primer triunfo’ frente a la Revolución Ciudadana y andan chinchosos, pero se dejan ver las costuras en la primera de marras. No han entendido, como dice José Antonio Marina que “cuando aumenta la inteligencia y la complejidad social, aumenta la complejidad de las relaciones de poder”.
Claro, apenas el presidente reconoce el error de su hermano, anticipa que si en su gobierno hubo complicidad habrá sanciones, inmediatamente imponen su moralina y sugieren que ahora sí han descubierto el verdadero rostro de este proceso. ¿Hasta cuándo esperamos los lectores ecuatorianos el reportaje que revele eso que ellos dicen y no prueban? ¿Qué entienden por periodismo responsable los editorialistas, los del mismo diario que hizo la investigación, cuando fingen y se afectan porque no tienen otras pruebas para atacar? ¿Seguirán copiando el trabajo responsable de otros sin modificar el suyo o por lo menos aprenderán que hay otras formas de hacer periodismo que no estén cargadas de adjetivos, especulaciones y rumores?
Ese fingimiento y afectación del que habla Iwasaki solo desnuda esa herencia española para mostrarnos que para analizar lo que ocurre en estos tiempos hay que tomar en cuenta lo que ocurrió en los últimos 30 años. Rafael Correa, con todas sus fortalezas éticas, mostró que la ambición de un pariente no puede acabar con la lucha de gente que se ha jugado por un cambio revolucionario y no solo por imponer un slogan. Y eso es una muestra de compromiso ético, que debe ser la norma de este proceso, un precedente único y referencial por siempre.
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