jueves, 2 de abril de 2009

Las discriminaciones reales


El 21 de marzo se conmemoró el Día Contra la Discriminación Racial. Un día que en épocas de campaña electoral pasó recontradesapercibido por los candidatos y por algunos medios de comunicación, hasta donde se ha podido ver y registrar. De hecho, el lunes pasado este diario publicó un informe, con ocho días de retraso a la fecha de esa conmemoración, que muestra cifras de una situación grave, muy grave, sobre la explotación laboral a indígenas y afroecuatorianos.

Y es que la discriminación racial no deja de ser una de las lacras de la humanidad, la que prueba el estado real de la convivencia humana y democrática y, particularmente, de que en el escenario de las disputas políticas, en los medios, no hay cabida para el debate de los temas que de verdad comprometen el desarrollo de la sociedad.

La otra discriminación (real) es el silencio y el vacío (mediático). La agenda noticiosa está marcada, en muchas ocasiones por el cumpleaños de un presentador de televisión o por las reacciones a las críticas presidenciales a la labor de los periodistas, pero no por lo que le preocupa, afecta o cambia la vida a más de la mitad de la población. Los negros y los indios son noticia cuando juegan fútbol o cuando hacen justicia por mano propia. Ahí caben todas las imágenes y toda la imaginación de los reporteros, sin descontar toda la ‘sabiduría’ de los comentaristas para señalar lo grave del linchamiento o lo mal que actuó el jugador ‘moreno’ de la selección.

Esa discriminación real y cotidiana revela con mucha intensidad que la apología a la diversidad y a la pluriculturalidad del Ecuador se queda, regularmente, en slogans, discursos y en membretes, pero no en las prácticas profesionales y en las rutinas de los políticos ni de los comunicadores. Y no solo por evocar una conmemoración o hacer folclor de ese día, sino que esa apología debe ir más allá: este país requiere que se nos recuerde constantemente que hay un grupo de ciudadanos y ciudadanas que no obtienen trabajo por su origen étnico y que ellos trabajan mucho más que los demás (como prueba el informe del lunes de El Telégrafo) y ganan mucho menos que los otros, los que tienen otro color de piel.

La demanda de tolerancia no es solo para protegerse de las críticas sino para que en el día a día mostremos el país que queremos. No es dable y menos aceptable mediáticamente que el vacío o el silencio sobre los problemas esenciales de la nación sean la marca de la agenda política y mediática. Si pusiéramos sobre un cedazo los asuntos de mayor interés del país, es posible que no quedaría ninguno de los que ocupan los titulares de los diarios tradicionales y menos de los informativos de televisión.

Pero claro, el tema de la discriminación racial conlleva profundamente un trabajo pedagógico, cultural y político que no está al alcance de algunos medios de comunicación, ni por su naturaleza, ni por sus intereses mercantiles, lastimosamente.

Eso sí: es una responsabilidad estatal, gubernamental y municipal, imponer esos temas como la prioridad de la agenda del discurso oficial también. ¿O no? ¿Si no sirve para eso el poder para qué más tiene que servir?

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